En 2017 se cumplieron 50 años de la ocupación israelí en la Franja de Gaza y Cisjordania, incluido Jerusalén Oriental. Estas cinco décadas se han caracterizado por la disminución de su nivel de desarrollo, la represión del potencial humano y la denegación del derecho al desarrollo.
En Palestina, sólo se explota 1 de cada 5 hectáreas de tierra cultivable y más de 9 de cada 10 ha cultivadas carecen de irrigación. A esto se suma la prohibición de importar fertilizantes y otras restricciones impuestas por Israel.
Hoy en día, el 80% de la población de Gaza recibe ayuda alimentaria y otras formas de prestaciones sociales, la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria y solo el 10% tiene acceso a fuentes mejoradas de abastecimiento de agua. Además, Gaza sufre una grave crisis de suministro de energía eléctrica. En 2012, la ONU advirtió que, a menos que se invirtieran las tendencias vigentes, Gaza dejaría de ser un lugar apto para la vida humana en 2020.
En los últimos años, la economía palestina ha sufrido la disminución del 38% de la ayuda de los donantes externos, debido en parte a que la ocupación impide que la ayuda se traduzca en avances tangibles en materia de desarrollo. A menos que se invierta la tendencia actual, el desempleo seguirá creciendo en Palestina, se agravará la inseguridad alimentaria y la pobreza seguirá aumentando, todo lo cual aumenta el riesgo de que se produzcan crisis políticas.
